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Había una vez un niño llamado Martín, cuyo corazón latía al ritmo de los escenarios y las luces brillantes. Desde muy pequeño, soñaba con ser un actor y cantante famoso. Aunque su voz era potente, su estatura era pequeña, lo que no impedía que resonara con una pasión desbordante. Sin embargo, la vida no siempre fue amable con Martín.

En la escuela, sus compañeros se burlaban de él por su baja estatura. “¡Mira al enanito!”, decían, mientras Martín intentaba mantener la cabeza en alto. Pero su corazón no se dejaba vencer. Cada tarde, después de clases, se refugiaba en su habitación y cantaba frente al espejo, imaginando multitudes aplaudiéndolo como si fuera el artista más grande del mundo.

Un día, Martín encontró un viejo teatro abandonado en el centro de la ciudad. Las butacas rotas y el polvo en el escenario no lograron apagar su fuego interior. Decidió que ese sería su lugar secreto para ensayar. Allí, entre las telas desgarradas y las luces apagadas, Martín se transformaba. Sus pies apenas tocaban el suelo, pero su voz llenaba cada rincón del teatro.

Un día, mientras cantaba una canción triste, una figura misteriosa apareció en el fondo del escenario. Era un anciano con ojos brillantes y una sonrisa sabia. “¿Qué haces aquí, pequeño?”, preguntó el anciano. Martín le contó su sueño de ser un gran artista, a pesar de las burlas y las dificultades.

El anciano sonrió suavemente. “Martín, la grandeza no se mide en centímetros, sino en pasión y perseverancia. ¿Quieres ser un actor y cantante famoso? Entonces sigue soñando y trabaja duro. No dejes que nadie apague tu luz”.

Martín asintió con determinación. A partir de ese día, ensayó con más fervor. Practicó sus monólogos y afinó su voz. Aunque las risas continuaban en la escuela, él se imaginaba en los escenarios más prestigiosos del mundo. Cerraba los ojos y veía a la audiencia aplaudiendo, sin importar su estatura.

El tiempo pasó, y Martín creció. No en altura, pero sí en talento y confianza. Un día, el teatro abandonado se llenó de gente. Martín subió al escenario, temblando pero decidido. Cantó como nunca antes, y su voz resonó en los corazones de todos los presentes. Lágrimas de emoción rodaron por sus mejillas mientras el público lo ovacionaba.

Martín se convirtió en un actor y cantante famoso. Viajó por el mundo, llenando estadios y teatros. Y cada vez que alguien mencionaba su estatura, él sonreía y decía: “La grandeza no se mide en centímetros, sino en sueños cumplidos”.


Juan Sebastián Romero Pacheco
Curso: 902
Colegio Nueva Colombia I.E.D


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